Los expertos definen a la fatiga mental como una disminución temporal de la eficiencia funcional de nuestra mente. Cuando la padecemos, los efectos en el trabajo son evidentes: pérdida de concentración, los resultados obtenidos no son proporcionales al esfuerzo que realizamos; tenemos menor capacidad de asimilar información y, en consecuencia, un aumento de los errores.
La fatiga se produce cuando las exigencias de nuestra tarea diaria -esfuerzo requerido, ritmo de trabajo, nivel de atención, tensión
emocional- superan nuestra capacidad de respuesta. Esto puede ocurrir en trabajos que requieren una intensa actividad intelectual
o una implicación emocional fuerte, pero también, en trabajos que aún siendo monótonos y repetitivos exigen atención continua.
En todo caso, es más frecuente en puestos sedentarios, con poca actividad física.
Cada individuo responde de manera diferente a la carga mental en el trabajo. Un trabajador hipermotivado, por ejemplo, puede ser incapaz de percibir su propia fatiga hasta llegar al borde del agotamiento. Una persona muy poco motivada, en cambio, puede notar los primeros síntomas apenas empieza su jornada laboral. Lo cierto es que a todos nos ha ocurrido en alguna ocasión y existen casos en los que la sensación de fatiga llega a ser permanente.
Cuando esto sucede, las consecuencias llegan mucho más allá del trabajo. Entre los síntomas asociados habitualmente a la fatiga mental encontramos trastornos en el sueño, fatiga ocular, sensación continua de cansancio, adormecimiento, mareos, cefaleas, irritabilidad e incluso alteraciones digestivas. Se asegura que dos de cada tres personas que dicen mantener un ritmo alto de trabajo y un nivel elevado de atención durante más de la mitad de la jornada presentan síntomas claros de fatiga.
Cómo prevenirla
La sensación de cansancio mental, sea o no síntoma de otra enfermedad, nos indica la necesidad de descanso. Es un mecanismo
regulador del organismo. Cuando aparece, nuestro cuerpo y nuestra mente ponen en marcha sistemas de defensa sin que seamos conscientes de ello: ralentizamos el ritmo de trabajo, hacemos más comprobaciones de las habituales y aplazamos las tareas más críticas. Lo primero que hay que hacer es fortalecer la propia capacidad de resistencia mejorando los hábitos de alimentación, descanso y ejercicio. Y luego llevar la atención a lo que pasa en el trabajo.
Empezar por organizarse
La organización de las tareas es clave para prevenir la fatiga. La asignación de funciones a cada trabajador y el establecimiento de tiempos razonables para cumplirlas dependen fundamentalmente de la empresa, pero la persona también puede tomar algunas medidas:
• Establecer objetivos parciales de trabajo a lo largo del día ayuda a tener una sensación de avance. El problema de estas metas parciales es que, si no se distribuyen correctamente y resulta imposible alcanzarlas a la hora prevista, originan lo que se llama ‘agendas calientes’ cuando se superponen tareas, y acaban teniendo un efecto contrario al deseado.
• Es muy importante poder hacer pausas durante la jornada. Para que sean eficaces lo ideal es que cada persona las pueda
distribuir según sus necesidades y que verdaderamente permitan desconectarse del trabajo. Estar esperando una información
o una llamada de teléfono no es hacer una pausa, porque la persona permanece alerta. Sí lo es alejarse del puesto de trabajo y
cambiar el foco de atención durante unos minutos.
• Las condiciones ambientales en el entorno de trabajo también pueden influir en la aparición de la fatiga. La mala iluminación o el exceso de ruido obligan a hacer un esfuerzo suplementario que provoca más cansancio. Preste atención a su entorno y hágalo lo más agradable que pueda.
Comidas, sueño y remedios naturales
Para recuperar la concentración y la buena memoria, hay que revitalizar el cerebro. Hay tres pilares fundamentales, la dieta, los hábitos y los complementos nutricionales.
• Es primordial aumentar el consumo de cereales integrales, frutas y vegetales frescos en jugos o ensaladas, ya que mineralizan y aportan muchos nutrientes.
• Evitar saltearse comidas o reducir bruscamente la ingesta de calorías.
• Beber líquidos en cantidades suficientes es más que importante, la deshidratación leve causa cefaleas y cansancio.
• Evitar los alimentos procesados, la llamada comida chatarra, azúcares refinados y embutidos de origen animal. Usar como tentempiés frutas, sandwiches con productos frescos, yogur, barritas de cereal.
• Procurar dormir al menos 7 u 8 horas diarias.
• Repartir el día entre actividades físicas y distracciones que te relajeen y recreen.
• Los productos energizantes naturales (maca, eleuterococo, ginkgo biloba, ginseng, lapacho rosado, etc), y la jalea real
tienen propiedades nutritivas, energéticas y metabólicas. También son útiles los complejos de vitaminas con efectos antioxidantes,
los aminoácidos, los oligoelementos, minerales, etc. Los efectos de estos suplementos se ven recién a las 3 o 4 semanas de
comenzar a tomarlos así que hay que tener paciencia. En lugar del café, recurrir a infusiones de hierbabuena, menta, canela, romero, que ayudan a energizar el cuerpo. Endulzar con
miel natural.