Hace poco más de cien años, en 1906, el doctor Alois Alzheimer describía por primera vez los síntomas de esta temida enfermedad que, en nuestros días, amenaza con convertirse en una verdadera epidemia. Actualmente, se estima que el Mal del Alzheimer afecta a uno de cada ocho mayores de 65 años. Pero, con el aumento de la expectativa de vida, la cantidad de afectados podría ascender casi un 300% en los próximos 20 años sólo en América Latina.
El Mal de Alzheimer es una alteración neurodegenerativa primaria, que genera cambios microscópicos en el tejido de ciertas partes
del cerebro de la persona. Esto produce, además, una pérdida paulatina, pero constante, de una sustancia química vital para el funcionamiento cerebral: la acetilcolina.
El deterioro de las funciones cerebrales es gradual y progresivo, y poco tiene que ver con el envejecimiento normal de la persona,
aunque su principal factor de riesgo es la edad avanzada: Por lo general, afecta a partir de los 60 años.
A qué signos debemos prestar atención
Los síntomas más frecuentes son:
• Pérdida de memoria y olvidos frecuentes
• Dificultades en el lenguaje, el razonamiento y el pensamiento
• Desorientación en tiempo y espacio
• Problemas para realizar actividades conocidas y habituales
• Cambios en el comportamiento, el humor y la personalidad
• Fallas de atención y no poder concentrarse mucho en una tarea
• Detectar estos síntomas a tiempo es la clave para poder realizar un diagnóstico precoz.
Debido a que hay muchos síntomas que pueden confundirse con un cuadro demencial, sólo con un estudio exhaustivo, minucioso
e interdisciplinario, se puede arribar al diagnóstico probable de Alzheimer.
Además, se debe considerar que desde que aparecen los primeros síntomas hasta que se inicia una etapa de mayor gravedad
pueden pasar entre 5 y 20 años. En estas fases, el paciente depende por completo de su cuidador, sus problemas de memoria
se vuelven muy serios y se hace más notable su deterioro físico.
Algunas sugerencias para afrontar la difícil y desgastante tarea de cuidar a una persona con esta patología:
Establezca rutinas: Proporcionan orden a la vida cotidiana y otorgan seguridad al paciente.
Evite discusiones o llamarle la atención por algunas fallas: Recuerde siempre que es la enfermedad la que actúa y no es “culpa” del enfermo.
Simplifique las tareas: sea directo con los pedidos y ofrecimientos.
Conserve el sentido del humor: Ríase con el paciente y no de él.
Tome medidas de seguridad: Quite las alfombras, guarde objetos peligrosos bajo llave (remedios, alcohol, venenos, lavandina,
etc.), mantenga los pasos de circulación libres, instale disyuntores de corriente eléctrica y detectores gas.
Colóquele una identificación: Puede ser una cadenita con nombre y número de teléfono grabado, o una tarjeta plastificada, en
caso de que se extravíe. Estimular el estado físico, mental y social del paciente, a través de una caminata diaria, por ejemplo. Use ayuda-memoria: Poner fotos grandes y claras de los familiares, con sus nombres; colocar etiquetas en las puertas y cajones indicando el lugar (cocina) o los objetos que contienen (medias, camisas); etc.