Todos conocemos personas que parecen tenerlo todo: una vida profesional exitosa, estabilidad afectiva, recursos económicos… y sin embargo, las vemos tensas y angustiadas. Y están las otras que aparentemente tienen menos y son, a pesar de todo, más felices.
¿Cuántas veces estamos preocupados por lo que no tenemos o por el miedo a la carencia? Temor por la falta de tiempo, de recursos económicos, de salud, de competencias, de energía, de conocimientos… Impresión o certeza de carecer de control, de motivación, de placer, de preparación, de éxito, de confianza, de amor, de reconocimiento. Múltiples aspectos que pueblan una gran parte de nuestras conversaciones y nuestros pensamientos, en forma de quejas. Si con frecuencia pensamos que todo está en contra de nosotros, que tenemos mala suerte, que mereceríamos una vida mejor etc., etc., etc., la gratitud puede ayudarnos a transformar esta percepción de la carencia de algo en una comprensión de lo que recibimos y tenemos en nuestras vidas. Regocijarse por todo lo que consideramos nuestras adquisiciones: nuestra familia, nuestro trabajo, nuestra casa y nuestra buena salud, nos hace apreciar nuestra vida. Este reconocimiento conciente nos lleva a apreciar lo que tenemos más que los que nos falta.
“La gratitud -escribe André Comte-Sponville en ‘El pequeño tratado de las grandes virtudes’ -se regocija de lo que aconteció o de lo que es: así, es el reverso del pesar o de la nostalgia (que sufren de un pasado que no fue, o que ya no es) y también de la esperanza o de la angustia, que desean o temen un porvenir que aún no es, que acaso no sea jamás, cuya ausencia les atormenta sin embargo. La gratitud es el recuerdo agradecido de lo que ha sucedido”.
Esta aptitud es también un poderoso antídoto al sentimiento de soledad existencial que a veces experimentamos. Para el psicoterapeuta francés Christophe André, a cargo de la unidad de Ansiedad y Fobias del Hospital Universitario de Sainte-Anne de París, la gratitud es “benéfica para la autoestima porque eleva el sentimiento de pertenencia a un grupo, a la colectividad humana, además de mejorar los vínculos con los otros”. En la gratitud se genera un doble movimiento: interno y externo. Por una parte, una disposición interna de reconocimiento de aquello que nos es dado y llevamos en nuestro interior, y por otro, una purificación de las relaciones entre los seres. Dar las gracias a alguien es purificar la atmósfera entre nosotros y esa otra persona. La gratitud ejerce un poder liberador, permite el desapego y facilita el perdón. La gratitud nace de la conciencia y en ella la memoria desempeña un papel esencial. El vanidoso y el egoísta son ingratos. El egoísta porque, si bien le encanta recibir, odia reconocer lo que le debe al otro. La ingratitud no es incapacidad de recibir sino incapacidad de dar un poco de la alegría recibida o sentida. A lo sumo su gratitud es interesada: la expresa esperando mayores favores. El vanidoso porque se muestra incapaz de reconocer el valor que procede del otro. Encerrado en su propia autosuficiencia, si muestra agradecimiento es más para generar envidiosos que gente feliz.
“En el extremo opuesto -afirma el periodista y escritor español Alex Rovira-, el ser humano lúcido puede sentirse abrumado, conmovido, por todo cuanto recibe. Gratitud por la vida, por la salud, por la existencia del ser amado, por el libro que revela, el paisaje que conmueve o el recuerdo que da sentido, pero también gratitud por las pequeñas cosas que son grandes placeres, el pequeño gesto amable, la mirada cómplice, la caricia casi imperceptible pero deseada”. Una vez convencidos de los beneficios de la gratitud, no queda más que ponerla en práctica. Nada fácil, por cierto, en un mundo donde la ironía, el escepticismo, e incluso el cinismo son intelectualmente valorizados. Mostrar alegría y optimismo es, a menudo, equivalente de ingenuidad. Pero el descontento estrecha la vida, mientras que la gratitud la expande, la aumenta, incrementa la dicha, y abre las puertas del infinito, del amor.
Ejercicios para ponerla en práctica
Remonte la cadena de causas y efectos que han aportado elementos positivos en su vida. ¿Qué personas o qué serie de acontecimientos están en el origen del trabajo que ama, de ese encuentro que produjo un cambio total, de ese libro que le procura tanto placer? “Cuando bebas agua, recuerda la fuente” reza el proverbio chino. Reconocer las fuentes trae aparejada una doble alegría: la de haber recibido y la de reconocer el valor del otro.
Efectúe un balance positivo. Por la noche, antes de irse a dormir, haga una lista de los acontecimientos agradables que considere como “regalos” del día transcurrido: un café con una buena amiga, una tarea bien hecha, la sensación de bienestar después de una hora de gimnasia, un llamado de alguien que esperaba. Cada uno de esos pequeños “plus” bien merecen un agradecimiento.
Dé las gracias cuando da. Aprenda el placer que hay en el hecho de dar. Y dé las gracias interiormente al beneficiario de su generosidad, ya que él le permite, sin saberlo, entrar en contacto con la mejor parte de usted: la que da sin temer ser desposeída, la que tiene conciencia de la infinita riqueza que existe en el compartir.