PSICOLOGÍA

Tolerar o decir basta: ¿cómo saber los límites dentro de una relación de pareja?

Una invitación a reflexionar sobre las motivaciones que nos llevan a construir y sostener la relación de pareja. ¿Cuánto hay de verdadero y cuánto de ilusión en la percepción de ese otro tan importante en nuestra vida?

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Desde el inicio de la vida los instintos y las pulsiones nos ligan a los objetos del medio tratando encontrar una satisfacción placentera; gracias a esta búsqueda dirigida al afuera conocemos el entorno y aprendemos de él. La interrelación permanente es formadora del Yo. A medida que crecemos la representación del Otro es fundamental. El mundo social se abre con sus infinitas posibilidades. Los seres humanos somos gregarios por naturaleza. No hay nada satisfactorio en la soledad. Muchos jóvenes confunden soledad con independencia.

“Ser Solo” ha pasado a ser una constante de moda en la vida juvenil, adoptada también por los adultos. La independencia existe como parte del proceso saludable de maduración, sobre todo en el pasaje de la juventud a la edad adulta, pero la soledad no corre por la misma senda. Madurar con otro, como parte de un proyecto vital es una regla de desarrollo y superación personal. Y he aquí un problema, el gran dilema que atraviesan las nuevas relaciones vinculares cuando se ven superadas por los conflictos: tolerar o decir basta.

La tolerancia ha dejado de ser “la virtud” que acompañó las uniones de antaño, teñidas de apatía y previsibilidad. Hoy poco y nada se aguanta. Y no me parece un desacierto: si las relaciones se vuelven crónicamente un desajuste, una contienda sin final que abarca y deteriora las aspiraciones personales y las mutualidades, sería saludable decir “punto y aparte”. Todo depende de cuánto se esté dispuesto a soportar, y si tal actitud se vive como un valor personal o es posible someterla a la autocrítica.

Muchas mujeres responden a la consigna interna basada en el sacrificio y la abnegación. Aunque quedan pocas, sobre todo si nos basamos en lo que ocurre en los medios urbanos. No obstante la difusión mediática de las separaciones de famosos o personalidades públicas sirven de modelo a esta cuestión. Las mujeres deben saber que nada justifica el sufrimiento y menos la violencia de género. Y si se quedan soportando el dolor -existiendo alternativas de ayuda- se debe a aspectos de su personalidad (fuertes rasgos de sumisión, dependencia, miedo a la soledad, etc.), y no a la carencia de estereotipos externos o asociaciones de asistencia. Cuando hablo de “sufrimiento” me re - fiero a todo tipo de dolor ya sea emocional o físico.

Las personas se han acostumbrado a ver “barrer bajo la alfombra” las preguntas que cuestionan su deseo primigenio de compañía. La precariedad en el pensamiento, y por ende en la comunicación, apuntan a los datos elementales del conflicto pero no a las cuestiones más profundas. Una relación nos hace felices o nos degrada y entristece. No hay muchas posibilidades. A lo sumo una gama acotada de grises. En cambio, poner el acento en la infinidad de datos que provocan un desacuerdo convierte al problema vincular en un escollo con infinidad de aristas.

La construcción de una ilusión

Para evitar la angustia, el componente imaginario cumple una función de resguardo. La representación subjetiva de la realidad tiene muchas ventajas, entre ellas, la distorsión adaptativa, es decir, que la realidad percibida se ajuste a lo que deseamos con el fin de atenuar la angustia y preservarnos de la contun - dencia del entorno. La idealización de las relaciones es parte esencial del amor romántico: construye una imagen par - cial del otro a la cual sólo se le revelan virtudes. Y en caso de desajustes o inter - ferencias perceptuales la negación sal - drá en ayuda para volverlas al sitio ori - ginal. Este mecanismo adaptativo sigue las reglas del cortejo entre los amantes mediando siempre las clásicas imágenes o estereotipos para ambos géneros. El otro no es más que una imagen precon - cebida, una maqueta hecha de aportes históricos y culturales; un conjunto de retazos por donde se cuela el deseo, es - pecie de argamasa hecha con la materia del placer y la evitación del dolor.

En ese momento de la conquista la in - tuición premonitoria del fracaso sufre el peor desplante. El componente ilusorio es fundamental en toda relación, tanto en el inicio como en todo su desarrollo. La ilusión convoca imágenes, emocio - nes, pensamientos y acciones. La ilusión es el deseo convertido en anhelo, en dis - parador de proyectos personales y vin - culares. Sin ella sucumbiríamos ante la realidad, que aunque subjetiva e ilusoria también, perdería el afán de superación o trascendencia. Sin embargo, la ansie - dad, que no se lleva bien con la ilusión, muchas veces le juega una mala pasada. La ansiedad distorsiona la realidad de manera tal que creemos que “ése otro” representa “la verdad” de lo percibido. Y en él se deposita la nueva expectativa romántica. A veces no se aprende de las decepciones; los fracasos acumulados reducen su peso o se los subestiman. El afán de amar y sentirse amado es una fuerza inevitable, a la cual sólo pueden domar algunos sujetos carentes repre - sentaciones de amor (sujetos indiferen - tes) o aquellos que sólo están centrados en sí mismos y denigran la otredad (su - jetos narcisistas y antisociales).

Me equivoqué de nuevo

La frase es archiconocida. La repiten las mujeres más que los hombres y repre - 35 . u m Datos del autor Médico psiquiatra. Sexólogo. Psicodramatista y psicoterapeuta grupal. Autor entre otras obras de “Mera Ilusión” (Ediciones Deldragón), “Tipos en la cama”, Personalidad y Sexualidad (Ediciones Lea) y de “Amores Ansiosos y Otras cuestiones del Amor”. Actualmente se dedica a la docencia y a la actividad asistencial. Contacto: wghedin@hotmail.com senta el reproche por un nuevo fracaso amoroso, generalmente por haber re - petido pautas electivas dañinas. Ahora bien ¿existen tales pautas o son meros ardides de la ilusión actuando bajo la influencia de la ansiedad? No quiero subestimar los mapas amorosos que se - gún algunos autores se configuran en la infancia bajo la influencia de los padres y demás personas significativas. Es más, no creo que en la mayoría de las perso - nas los vínculos amorosos resulten de dicha influencia casi en forma imperio - sa; sería reducir la experiencia humana adquirida al mundo arcaico de la infan - cia, casi un determinante inexorable. La vida humana está sujeta al dinamis - mo de la consideración personal por un lado, y por el otro, a la necesidad social de vincularnos. Y no quiero olvidarme de la importancia y el sentido del tiem - po en el continuo de la vida. Sin tiempo la experiencia vital carecería del efecto simbólico y catalizador sobre las etapas que se atraviesan. La conciencia perso - nal se nutre de “lo que sé de mí”, en un tiempo y en un espacio físico y social determinado. Si “lo que sé de mi” está basado en inseguridades y auto punicio - nes varias, la integridad de la conciencia personal se verá amenazada por estas experiencias, transformando el amplio concepto que tenía de sí mismo en un cúmulo de imágenes malogradas. “Me equivoque de nuevo” no es una fra - se inocente. Tiene el lastre de la falta, del vacío, de la inocencia perdida y ultraja - da por las malas relaciones.

 

(Texto de Marcos Ghedin. Médico psiquiatra. Sexólogo. Psicodramatista y psicoterapeuta grupal).